El título de una canción
significativa de tiempos pasados en fechas no tan alejados en realidad social
sirve para, metafóricamente, hablar de nuestro sector primario. La propia
ironía de su nombre, primario, que
siguiendo la lógica cristiana si los últimos serán los primeros a estos les
correspondería ser los últimos y lo son, por desgracia, para nuestra nación y
sus consecuencias, desastrosas de todo punto de vista para los españoles tienen
consecuencias harto difíciles de superar.
No solo como consecuencia
económica de abandono de actividad por falta de rendimiento, gracias a las
tiranías aceptadas en lo cotidiano de las grandes distribuidoras y la industria
en todos los sectores, lácteo, olivarero , vitivinícola, frutero, cárnico, pesquero,
etc. Cuya consecuencia es la despoblación rural, el vaciamiento cultural y
sentimental de nuestros campos, la desertización del suelo patrio y el
desempleo a todos los relacionados con ese mundo. Y los resistentes que
reclaman atención, defensa y justicia, es decir, poner en valor su trabajo con
dignidad y no esa especie de caridad ajena que los sustenta.
No quieren ni oír hablar de
reforma agraria, tantas veces prometida y nunca ejecutada a favor del
trabajador real del campo y de los pequeños `propietarios que lucharon y luchan
contra la injusticia y las inclemencias de la meteorología que siempre estuvo
en contra de quien dependía de su bonanza. Son los que luchan contra la nueva
burbuja que nos amenaza, la burbuja alimentaria, que si avanza al ritmo que
lleva, nos condenara a la dependencia y a la hambruna para los más
desfavorecidos.
Muchas medidas se le deben al
mundo rural español como una deuda que parece imposible de pagar desde el
Ministerio de Agricultura y desde la sociedad en general y no es cara. Ese
palacio enfrente de la estación de Atocha, donde habitan desde 1985 los
enterradores del agro español,
necesarios para la estrategia economicista que preside este régimen
socioeconómico y que sitúa, metafóricamente hablando, a la estación de Atocha
como punto de partida, más bien de huida, de nuestras esperanzas a un destino
incierto pero siempre al sur, nunca al norte productivo.
El campo español pide que se
cumplan las leyes, que se estructure la distribución del AGUA, un plan
hidrológico nacional equilibrado y justo, un control de arbitraje en el
comercio, venta y distribución de productos, una calidad revisada neutralmente,
la lucha contra la monopolización y la revisión de las condiciones de
habitabilidad de nuestras comarcas, por cierto, división territorial más justa
y pragmática que las provincias actuales y una vertebración más coherente del
país.
La red de infraestructuras
sensata que se ha perdido ocasión de construir, la diversificación e impulso de
nuestros productos y la mala defensa de los intereses del pueblo en los
organismos supranacionales como la CEE, etc. hacen que la resignación y al fin,
la desesperación obliguen a mudar la vida, a huir hacia donde nadie sabe que
nos espera. El sector primario español tiene sed, muchas sed de agua…pero mucha
más de justicia. Es por eso que, como decía Pablo Guerrero, tiene que llover,
tiene que llover, a cantaros.